Despertar consciente
en las lejanías de otro horizonte amándola en peligroso delirio, desde el que
le sé existente, al que su bello rostro no voltea, ni sabe, ni quiere.
Espacio sagrado de
la soledad y el silencio en el que se mide la distancia que nos separa, ese
maldito siempre infinito horizonte que nos gobierna, que no casa su amor con el
mío.
Llámese tiempo
perdido al vagabundear por el horizonte más cercano con la esperanza en mano
buscando una tierra perdida —Que no volverá como con la luz del claro de la
fría mañana de soledad en el ridículo pretexto, en la farsa del despertar, en
la siempre condena del nuevo día y de la vida; eso ya lo sé.
Llámese vagabundear
al tiempo perdido en el que estoy consciente que su recuerdo es un laberinto
del que no logro salida.
No estarás, no
serás, no me mirarás... ¿Cómo librar esta eterna noche infernal, este mar de
ebriedad y de pensamiento, que ahoga toda mi razón en la simpleza de la soledad
y de su ausencia?
No quiero renunciar
al amor que le tengo; al amor que le guardo, que le concierne, únicamente suyo
en mí, porque es lo más que de ella poseo: el amor suyo no dado —delirio de mis
manos, riqueza de los cuerpos.
Ocioso vagabundeo en
las delirantes noches que en su canto exclaman y exigen sin sentido,
irracionales, sofocando al alma que por oírla estúpida e irracional ha devenido
—Despertar con un pie volando siempre el mar y el otro el suicidio; terco vacío
recuerdo de ti en el horizonte.
Quisiera que su
recuerdo no me afectara así; que el saberla existente no tan lejos no fuese la
pena que tortura y punza en mis entrañas por ser la posibilidad del riego de su
encuentro, fantasía de su vuelta, salvación —Sueño la mañana a su lado y las
que siguen; amanecer siendo lo que somos, inconscientes junto, ante y para el
otro —aliento del viento, inocentes.
Quizá sucumbir a la
rivera o a la sobra de los pecados compartidos que torturan el cuerpo, como
tatuados por el humo, impreso en esta piel que no se olvida, que no cesa, que
no logra ni se acerca a ser insensible; de las mañanas enfermas, coléricas y
dementes; de las horas vacías y perdidas que en segundos mide la vida y la
muerte, la sangre y el infinito —De las callejuelas dispuestas, terriblemente
solas, que recuerdan y añoran de ti en tarde de domingo.
Philo Maniacus
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