sábado, 20 de septiembre de 2014

Alegatos sobre el final del tiempo

Despertar consciente en las lejanías de otro horizonte amándola en peligroso delirio, desde el que le sé existente, al que su bello rostro no voltea, ni sabe, ni quiere.
Espacio sagrado de la soledad y el silencio en el que se mide la distancia que nos separa, ese maldito siempre infinito horizonte que nos gobierna, que no casa su amor con el mío.
Llámese tiempo perdido al vagabundear por el horizonte más cercano con la esperanza en mano buscando una tierra perdida —Que no volverá como con la luz del claro de la fría mañana de soledad en el ridículo pretexto, en la farsa del despertar, en la siempre condena del nuevo día y de la vida; eso ya lo sé.
Llámese vagabundear al tiempo perdido en el que estoy consciente que su recuerdo es un laberinto del que no logro salida.
No estarás, no serás, no me mirarás... ¿Cómo librar esta eterna noche infernal, este mar de ebriedad y de pensamiento, que ahoga toda mi razón en la simpleza de la soledad y de su ausencia?
No quiero renunciar al amor que le tengo; al amor que le guardo, que le concierne, únicamente suyo en mí, porque es lo más que de ella poseo: el amor suyo no dado —delirio de mis manos, riqueza de los cuerpos.
Ocioso vagabundeo en las delirantes noches que en su canto exclaman y exigen sin sentido, irracionales, sofocando al alma que por oírla estúpida e irracional ha devenido —Despertar con un pie volando siempre el mar y el otro el suicidio; terco vacío recuerdo de ti en el horizonte.
Quisiera que su recuerdo no me afectara así; que el saberla existente no tan lejos no fuese la pena que tortura y punza en mis entrañas por ser la posibilidad del riego de su encuentro, fantasía de su vuelta, salvación —Sueño la mañana a su lado y las que siguen; amanecer siendo lo que somos, inconscientes junto, ante y para el otro —aliento del viento, inocentes.
Quizá sucumbir a la rivera o a la sobra de los pecados compartidos que torturan el cuerpo, como tatuados por el humo, impreso en esta piel que no se olvida, que no cesa, que no logra ni se acerca a ser insensible; de las mañanas enfermas, coléricas y dementes; de las horas vacías y perdidas que en segundos mide la vida y la muerte, la sangre y el infinito —De las callejuelas dispuestas, terriblemente solas, que recuerdan y añoran de ti en tarde de domingo.


Philo Maniacus

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