El sobreviviente
Javier Sicilia
Toda ausencia es atroz
y, sin embargo, habita como
un hueco que viene de los muertos,
de las blancas raíces del
pasado.
¿Hacia dónde volverse?;
¿hacia Dios, el ausente del
mundo de los hombres?;
¿hacia ellos, que lo han
interpretado hasta vaciarlo?
¿Hacia dónde volverse que
no revele el hueco,
el vacío insondable de la
ausencia?
Hacia ellos, los muertos,
que guardan la memoria
y saben que no estamos
contentos en un mundo interpretado.
Mas las sombras, las
sombras que la interpretación provoca
y nos separa de ellos,
las sombras con su viento
todo lleno de la abierta ventana hacia el espacio,
las sombras donde no hay
anunciación
trabajan nuestro hueco.
¿Será que ya no hay nada
atrás de ellas,
o el oscuro dolor por
nuestros muertos
–como el amanecer que
empieza a media noche,
a la hora más oscura de la
noche–
anuncia su retorno en el
sigilo?
¿No es tiempo de
encontrarlos nuevamente
donde nada parece
retenerlos,
así el roshi descubre el
todo en el vacío que
no contiene nada?
Tal vez sí, porque sus
voces vienen de los oscuro,
de su vacío vienen
como un rumor de río en un
riachuelo,
como un dulce reclamo
imperceptible,
como una tenue estrella
entre las sombras
vienen sus voces, vienen
desde lejos.
Óyelas, corazón, como sólo
los monjes sabían escucharlas
atendiendo en el rezo su
incesante llamado
con los pies en la tierra.
Así los escuchaban,
escuchando el arriba y el
abajo,
preservando en sus tumbas
el suelo que habitaron con nosotros.
No es así que tú puedes
escucharlos en el espacio en sombras
de un mundo interpretado.
Pero escucha la queja de lo
Abierto,
el mensaje incesante, esa
advertencia que viene desde lejos,
ese rumor tan suave que
casi nadie escucha
y llega a ti de todas las
iglesias,
como si en esas piedras,
que guardan la memoria de los muertos,
habitara la llama de su
estar con nosotros,
de su sola presencia en la
resurrección,
y descorriera un poco
nuestras sombras.
Porque es difícil vivir en
el mundo sin ellos,
difícil no sentir a nuestros
muertos alimentando las obras de los hombres;
difícil no seguir sus
costumbres, que apenas conocimos;
difícil habitar en las
sombras
como un alucinado que
repentinamente recobra la memoria
para luego volver a su
intemperie;
difícil ver aquello que los
hacía nuestros flotar en el espacio y diluirse.
Estar vivo es penoso,
y nosotros, nosotros, que
los necesitamos con sus graves secretos,
nosotros, que sabemos que
no podrán volver a un mundo interpretado,
a veces escuchamos, como un
ligero viento, ascender de las sombras
la música primera
que forzando la nada trajo
a Eurídice al mundo;
una nota tan tenue, tan
pura como el Cirio
que promete su vuelta en
medio de las sombras
y nos trae el consuelo.
Tomado de Tríptico del
desierto
(Premio Nacional de Poesía
Aguascalientes 2009)
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