Amar
es ser para la guerra,
por
soldados del tiempo en que son amantes:
satisfaciendo
su necesidad capciosa
de
una unidad que se disloca
sobre
el telar común de la estructura,
en
el viciado abismo del vacío;
nada
a un ser de incorregible incompletud
ante
la definición exacta
de
su metafórica finitud impaciente;
fantasía
de un sí mismo en que se destruye
toda
posibilidad de espacios sin tiempo infinitos,
de
deseos alternados en que se derrama
la
intuición de un juicioso capricho a amar con locura.
Amar
es estar demente,
siempre
a la mitad de una guerra sin sentido;
dialogar
sin contexto
(una
tregua con la razón de pretexto)
por
defender el deseo de vivir
esta
realidad sin existencia lógica probable,
definible
ni pensable, más allá de las sensaciones.
Caminar
errante,
sobre
el ciego suelo de una pasión hallada,
sin
querer, sin saber, sólo sintiendo,
sólo
tocando el lugar sin poder esperar qué encuentro;
y
la satisfacción de caer viendo estrellas
gozando
el deseo de un sueño
en
un Dios enmudecido;
vibrante
delirio lógico de un ente,
metafísica
ilusión
que
culmina sin forma en la estructura
de
un malentendido todo;
como
niño autista, navega trascendiendo
la
sensación placiente en su pensamiento
de
todo para nada a la vez, superpuesta
a
la paradoja de su infinito lugar.
Amar
es naufragar buscando una isla de paz insatisfecha
por
la cólera de un Dios que se agita en el grito
de
sus silencios sueltos.
Es
ser rehén, prisionero o esclavo de una ley sagrada
que
lo rige
todo.
Si
en Dios nada es imposible
es
pues la única condición de toda posibilidad,
cualquiera
sea,
mediante
la razón que expresa la voluntad de su
deseo
más
allá del tiempo,
fuera
de todo lugar
en
ese espacio
radica
la unidad de sí que se extiende hasta nosotros
toda
conjunción de hechos sobre sí mismos aglutinados
por
cadenas sin más causa aparente que el digno caos en que se organizan
en
que trascienden su existencia en un efímero por siempre unitario en que radican
planteados
página a página los dibujos
de
una complejidad superdotada
y
genuina de la posibilidad de una existencia real
entre
el tejido de la metaestructura lógica
de
ese organismo que late ante nuestra mirada
comprensiva
de lo aparente
que
es el cuerpo del espacio en que se define
la
fluidez del tiempo
que
transcurre rumbo al límite
final
punto de su origen en la paradoja
Si
dejamos de creer en la aparente ilusión del todo
se
comienza a mitificar la realidad
de
la nada que abarca
si
dejamos de sentir toda posibilidad de creencia
presentimos
la experiencia de un sólo infinito
delicadamente
construido por la ilusión
de
una superstición conceptualmente iluminada
por
la ceguera de no entender dónde se ubica el nudo
en
que se ata toda posibilidad de una verdad, en sí suprema
Philo Maniacus
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