miércoles, 24 de septiembre de 2014

Amar es ser para la guerra,
por soldados del tiempo en que son amantes:
satisfaciendo su necesidad capciosa
de una unidad que se disloca
sobre el telar común de la estructura,
en el viciado abismo del vacío;
nada a un ser de incorregible incompletud
ante la definición exacta
de su metafórica finitud impaciente;
fantasía de un sí mismo en que se destruye
toda posibilidad de espacios sin tiempo infinitos,
de deseos alternados en que se derrama
la intuición de un juicioso capricho a amar con locura.
Amar es estar demente,
siempre a la mitad de una guerra sin sentido;
dialogar sin contexto
(una tregua con la razón de pretexto)
por defender el deseo de vivir
esta realidad sin existencia lógica probable,
definible ni pensable, más allá de las sensaciones.
Caminar errante,
sobre el ciego suelo de una pasión hallada,
sin querer, sin saber, sólo sintiendo,
sólo tocando el lugar sin poder esperar qué encuentro;
y la satisfacción de caer viendo estrellas
gozando el deseo de un sueño
en un Dios enmudecido;
vibrante delirio lógico de un ente,
metafísica ilusión
que culmina sin forma en la estructura
de un malentendido todo;
como niño autista, navega trascendiendo
la sensación placiente en su pensamiento
de todo para nada a la vez, superpuesta
a la paradoja de su infinito lugar.
Amar es naufragar buscando una isla de paz insatisfecha
por la cólera de un Dios que se agita en el grito
de sus silencios sueltos.
Es ser rehén, prisionero o esclavo de una ley sagrada
que lo rige
todo.



Si en Dios nada es imposible
es pues la única condición de toda posibilidad,
cualquiera sea,
mediante la razón que expresa la voluntad de su deseo
más allá del tiempo,
fuera de todo lugar
en ese espacio
radica la unidad de sí que se extiende hasta nosotros
toda conjunción de hechos sobre sí mismos aglutinados
por cadenas sin más causa aparente que el digno caos en que se organizan
en que trascienden su existencia en un efímero por siempre unitario  en que radican
planteados página a página los dibujos
de una complejidad superdotada
y genuina de la posibilidad de una existencia real
entre el tejido de la metaestructura lógica
de ese organismo que late ante nuestra mirada
comprensiva de lo aparente
que es el cuerpo del espacio en que se define
la fluidez del tiempo
que transcurre rumbo al límite
final punto de su origen en la paradoja
Si dejamos de creer en la aparente ilusión del todo
se comienza a mitificar la realidad
de la nada que abarca
si dejamos de sentir toda posibilidad de creencia
presentimos la experiencia de un sólo infinito
delicadamente construido por la ilusión
de una superstición conceptualmente iluminada
por la ceguera de no entender dónde se ubica el nudo

en que se ata toda posibilidad de una verdad, en sí suprema

Philo Maniacus

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