»Después
de estos acontecimientos, una vez que se restableció la calma y se hizo la paz
con los otros, la guerra civil se desarrolló entre nosotros de tal forma que,
si el destino determinara a los hombres a tener disensiones, nadie desearía que
su propia ciudad sufriera de otro modo este mal. ¡Con qué buena disposición y
familiaridad se entremezclaron los ciudadanos entre sí, tanto del Pireo como de
la ciudad y, contra toda esperanza, con los demás griegos! ¡Con qué
comedimiento pusieron fin a la guerra con los de Eleusis!66. Y la
causa de todo esto no fue otra que el parentesco real, que procura una amistad
sólida, fundada sobre la comunidad de linaje, no de palabra sino de hecho. Es
preciso también recordar a aquellos que en esta guerra perecieron, víctimas
unos de otros, y reconciliarlos en la medida en que nos sea posible, con
plegarias y sacrificios, en ceremonias como éstas, invocando a los que son sus
dueños67, puesto que también nosotros estamos reconciliados. Pues no
llegaron a las manos, unos contra otros, por maldad ni por odio, sino por un
azar adverso. Nosotros mismos, los que vivimos, somos testigos de ello: siendo
de su mismo linaje, nos perdonamos mutuamente lo que hemos hecho y lo que hemos
sufrido.
66
Cf. JENOFONTE, Helénicas II
4, 24-43, donde los hechos se narran de muy distinta manera, tanto en lo
tocante al comportamiento de los Treinta, como con respecto a la actitud de los
atenienses con los enviados de Eleusis, a quienes dieron muerte.
67
Alusión a los dioses infernales. Cf. n. 31.
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