¡Bailen, oh, amadas mías,
bailen!
¡Oh, agua del mar, ámame!
¡Oh, amada mía, nace de
nuevo!
¡Oh, bella vida, henos
aquí por otra y última vez ahora que la arena se acaba!
¡Oh, tierna y dulce luna!
¡Y canten, oh, amadas
mías, canten!
¿A qué suena nuestra
historia sino a música, o a la conversación que dos seres entretejen y
comparten?
A ninguna parte.
Agua del mar, de sal y el
amor.
Ahora he pedido a la marea
que venga y que la traiga de vuelta, pues traeré de vuelta el recuerdo de mi
amada, por última vez y para siempre.
Ahora me siento viejo y
cansado, quizá sabio, pero no he de ser yo quien dé razón de ello.
Al acabar la arena el alma
de este cuerpo será con ella para la eternidad como los pasos cual siglos hacia
ti.
Bailen, amadas mías,
bailen.
Beberé el vino de la vieja
botella que arrojé alguna vez por miedo a escribir la poesía que quería, pues
ahora hacerla quiero que la arena se acaba, y cada trago, y cada sorbo, arderá
de mi garganta a mi alma, y todo yo sucumbiré a la embriaguez mientras las
palabras bailan y cantan.
Bebo el tan anhelado vino
de la vieja botella que arrojé alguna vez por miedo a escribir la poesía que
quería, pues ahora hacerla quiero que la arena se acaba.
Bello trago del tan
anhelado vino, trae consigo la vida que dejé guardada, pues él sabe dónde el
recuerdo de ella es.
Canten en nombre de
aquella cuyos bellos ojos me atan.
Canten en nombre de mi
amada, pues la arena se acaba.
Canten, amadas mías,
canten.
Cuando la arena acabe, me
dejas la música que me hace querer seguir amándote, y la mirada que habré de
padecer en mi recuerdo.
De sus ojos el recuerdo.
Di la vuelta a mi andar
extraviado para llegar aquí, pues el hecho es que aquí estoy.
Di la vuelta a mi andar
extraviado para llegar aquí, pues este es el único lugar seguro que sé, pues lo
recuerdo yo a él como él me conoce a mí.
El calor del bello trago
dejose sentir en mi rostro y mis manos dándoles ternura como la caricia que la
mano de mi amada alguna vez regaló con amor, y de nuevo sentí a mi amada
tocando mi rostro como toca una suave rosa la piel y posando su mano en la mía como
se posa la sutil mariposa sobre el sensible pétalo de la flor.
En mi experiencia cada
paso ha sido un siglo, y la vuelta a ti una eternidad.
Era de encanto y sutileza.
Era de eras en grano, y
minutos en olas.
Era de vino con arena.
Esta noche te invoco pues
necesito de tu misterio y secretos.
Fijarás tu andar en un
laberinto que simula confusos callejones sin salida, falsas salidas, y retornos
imposibles.
Gritaré tu nombre a la
arena que entre mis manos se escapa; con dolor, con angustia, con desprecio,
con impotencia; con amor.
Grité a cada paso, y el
eco de mis gritos dejose escuchar desde las lejanías de la tierra, como
queriéndome decir que cierto era.
Hace tanto ya.
He ahí lo sublime de
nuestra crónica o la confusión de una vida compartida.
Heme aquí, Mar, ante ti de
nuevo.
Jamás será ninguno igual.
Ligera caricia que el vino
trae de vuelta, pues él sabe dónde mi recuerdo es.
Llévame con ella.
Mira la hora que es y sigo
yo con ella.
Mira la hora que es y sigo
yo en ella.
Mira la tierra que pisas.
Mira mi andar y niega que
no he vuelto por ti.
Mira mi andar, y dime que
no ha sido hacia ti.
Mírame a mí, y dime que mi
historia ha sido falsa.
Música y amor.
Nacerá esta noche la
historia del fin de mi vida, la que culmina hoy en él.
Nunca más mis pasos
volverán a los caminos de tierra que dejé...
Nunca más.
Ojala un día camines sobre
mí para que sin saberlo vuelva a tocar la piel de aquel cuerpo de aquella a
quien amo pese a que soy arena.
Pero qué bello recuerdo es
el que gobierna su mirada y ella mi vida, la historia de un deseo o la crónica
de un sendero, que eventualmente se cierra a sí mismo, regresa un poco, y
encuentra un punto que puede ser abierto para seguir recorriendo de otro modo.
Polvo del mar, de sal y de
deseo.
Porque el espacio que ella
abarca es el delirio de mis manos y la sombra que juega en mi alma a querer ser
encontrada y rebelada.
Porque el espacio que ella
abarca no es sino vacío desde un lado, y tristeza y anhelo desde otro, suelo
positivo desde un plano, y maldición desde todos.
Porque esa vez tu y yo nos
alejamos, porque esa vez tu y yo nos separamos, porque te guardé en la botella
que arrojé esa vez por miedo a escribir la poesía que quería y que hacer quiero
ahora que la arena se acaba, y que la marea se llevó para ordenarla en el
misterio del mar.
Porque la última vez que
tú y yo estuvimos juntos fue aquella en la que por última vez mi amada con
nosotros estuvo, aquella tan lejana vez en la que un adiós nos dijimos y un
último beso nos dimos.
Porque sus ojos me
encarcelan y no revelan nada más allá de la luz que su propio brillo permite.
Porque tu mirada es severa
y dulce, llena de encantos y de sombras.
Posaste la mirada en mí y
de vuelta.
Posaste la mirada en mí y
de vuelta.
Pues es cierto que para
que un bello recuerdo sea, debe confundirse con la música.
Pues te ruego no te
olvides la sal que me dejaste, y las caricias que alguna vez como hombre yo te di.
Que al mar imploro tu
recuerdo, la vuelta, y el sendero.
Que al mar imploro tu
recuerdo, la vuelta, y el sendero.
Que alucinado estoy y ya
no entiendo nada, y ya no quiero nada, salvo a ella.
Quiero sentir tus pasos en
mi alma y seguirlos en su caminar a donde quiera que vallan.
Quiero sentir tus pasos en
mi vida y mirar cómo sus huellas marcan un lugar específico en ella.
Quiero ver, quiero sentir,
y seguir tus pies mientras pasan sobre mí, entre la piel y la carne.
Quizá de sus ojos sólo el
recuerdo.
Quizá el viento del mar te
recoja para llevarte a ello, y en tu viaje mira la tierra que estos pies no
habrán de volver a tocar, porque de sal y de mar serás.
Ríe a carcajadas para sí
misma, ríe orgullosa de las bromas que su juego permite, pues ha hecho de mi
alma su lugar, su imperio.
Se lo dejo al siglo
venidero.
Tierna y sobria luna,
estaremos juntos una vez más, yo en mi ebriedad cantando la música de mil
plegarias, y tu con la fría sobriedad necesaria para escucharlas.
Tierna y sobria luna, yo
te imploro que me escuches esta noche una vez más.
Tócame.
Una vez caminamos juntos
sobre la arena, donde confesé mi amor, y a quien pacté volver a ser con ella
para la eternidad.
Una vez caminamos juntos
sobre la arena, donde escribí mi confesión de amor, mi primer poema.
Una vez me acompañaste al
mar, ahí donde volví a nacer, y con él mi promesa.
Una vez prometí en vida
amarte para siempre, y te he amado desde aquél día, y he cumplido mi promesa...
Una vez prometí en vida
amarte para siempre.
Ve, arena, ve con los que
son tuyos y familiares, pues tu alegría depende en ello.
Ve, arena, ve y deja mi
cuerpo, que poco a poco volveremos a encontrarnos.
Ve, arena, ve.
Ve, que el viento hace
tiempo ha iniciado y llama.
Venimos de muy lejos y
somos tan comunes.
Viento del mar, de
promesas y de sueños.
Vuelve a donde perteneces,
porque ahí está tu calma, tu fe, y tu deseo.
Vuelve, marea, vuelve.
Vuelve, marea, vuelve.
Vuelve, marea, y cantarás
conmigo nuevamente, y dejaremos que las palabras bailen libre y alegremente.
Y cantan las almas y canta
el amor, pues todo él suena y vibra en el cuerpo.
Y canten e invoquen el
nombre de aquella cuya razón me ata.
Y canten e invoquen el
nombre de mi amada, que la arena se acaba.
Y el primer trago es tan
dulce como ningún otro.
Y mi alma se desmoronará
para ser arena que el viento seducirá y esparcirá a todas partes.
Y te he amado desde aquél
día y he cumplido mi promesa.
Y todo él escurre por mi
garganta hasta llegar a mi alma, la que sabe su dulzura que no se repetirá
jamás.
Y trae contigo la botella
de vino que arrojé alguna vez por miedo a escribir la poesía que quería, pues
ahora hacerla quiero que la arena se acaba.
Y trae contigo la vida que
dejé guardada, que yo cantaré a la luna la música de mil plegarias.
Y trae contigo tinta, y
trae contigo pluma, que yo haré perlas tu espuma para confesar mis plegarias.
Yace algún milenio a mi
espalda.
Yo te imploro que escuches
las plegarias que este desesperado y triste hombre tiene que confesar, pues tan
solo tú sabes que son ciertas y que nadie más puede escuchar.
Philo Maniacus
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