viernes, 19 de septiembre de 2014

Se trata de Moisés subiendo la Montaña del Sinaí, persiguiendo la fe de su misión, solo y fatigado después de tanto tiempo expuesto a los elementos, llevando consigo no más que su bastón y su vieja ropa de lana. Entre tanto andar, se sienta; sobre de una roca, deposita ahora su cansancio y extiende su mirada al suelo. Nota algo, como una roca o un hueso muy antiguo, incrustado sobre un espacio en el camino, pero no es más que un fósil que intrigado, lo levanta. Lo mira ahora con una emoción sucedánea pero de pacífica atención y en silencio sólo lo observa. No entiende bien lo que es, no le es simple ni conocido en su forma, su pensamiento se dilata, profundamente ensombrecido lo mastica entre sus ideas y con ocre seriedad para sí mismo exclama: “¿Y si…?” En ese justo instante una formulación consciente se intuye, como un atractivo rayo cruza entero por sus entrañas y continua: “¿… y si cada ser… y si cada vida en el mundo, en cada parte que existe, hay una razón que nos transforma en pares ejemplares de un especie y cada vida es entonces la protagonista de una historia ejemplar de la Naturaleza, que encierra en sí como una Ley recíproca o en común sobre la extensión de los desarrollos que nos permiten la…?”  Moisés no terminaba su oración y encontró sobre sí, ahora como un poderoso y amenazante trueno, la voz misma tan esperada de su Dios diciendo: “¡Moisés! ¡Te he pedido que vengas! ¿Qué es lo que te distrae de tu tarea? ¿Por qué no has vuelto a mí, que soy tu Dios? ¡Ven ya! ¡El tiempo está de prisa!” Y Moisés se levantó, con ánimo abandonó a sus pensamientos arrojando lo que parecía ser aquella extraña piedra, y dijo: “¡Sí Señor, ya estoy aquí!”.


Philo Maniacus

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