Se trata de Moisés subiendo la Montaña del Sinaí,
persiguiendo la fe de su misión, solo y fatigado después de tanto tiempo
expuesto a los elementos, llevando consigo no más que su bastón y su vieja ropa
de lana. Entre tanto andar, se sienta; sobre de una roca, deposita ahora su
cansancio y extiende su mirada al suelo. Nota algo, como una roca o un hueso
muy antiguo, incrustado sobre un espacio en el camino, pero no es más que un
fósil que intrigado, lo levanta. Lo mira ahora con una emoción sucedánea pero de
pacífica atención y en silencio sólo lo observa. No entiende bien lo que es, no
le es simple ni conocido en su forma, su pensamiento se dilata, profundamente
ensombrecido lo mastica entre sus ideas y con ocre seriedad para sí mismo
exclama: “¿Y si…?” En ese justo
instante una formulación consciente se intuye, como un atractivo rayo cruza entero
por sus entrañas y continua: “¿… y si cada ser… y si cada vida en el mundo, en
cada parte que existe, hay una razón que nos transforma en pares ejemplares de
un especie y cada vida es entonces la protagonista de una historia ejemplar de
la Naturaleza, que encierra en sí como una Ley recíproca o en común sobre la
extensión de los desarrollos que nos permiten la…?” Moisés no terminaba su oración y encontró
sobre sí, ahora como un poderoso y amenazante trueno, la voz misma tan esperada
de su Dios diciendo: “¡Moisés! ¡Te he pedido que vengas! ¿Qué es lo que te
distrae de tu tarea? ¿Por qué no has vuelto a mí, que soy tu Dios? ¡Ven ya! ¡El
tiempo está de prisa!” Y Moisés se levantó, con ánimo abandonó a sus
pensamientos arrojando lo que parecía ser aquella extraña piedra, y dijo: “¡Sí
Señor, ya estoy aquí!”.
Philo Maniacus
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