Nací, y de
noche encontré el sol posado en el nombre que lleva mi frente; una luz
terrible, radiante del absoluto nombre de la muerte, que pereciera en el mundo
de los dioses de sus mortales hijos.
Encontré
en mi nombre la densa huella de nacer por agonía de un fortuito recuerdo
olvidado, de nacer sin poder recordar nuestra existencia, y de existir sin
poder olvidar tampoco nuestra vida previa.
Y he aquí
entonces, que encontré un día, sin quererlo ni esperarlo ciertamente, buscando
entre las sombras de los hombres, un lugar nuevo en el mundo de los dioses, una
luz terrena de otras divinidades.
Así
encontré a mi amada Atenea, diosa de mi obstinada osadía por tenerte, para
siempre en la muerte (y un poco más para lo que de eterno exista entre los
hombres).
Philo
Maniacus
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